Abanicos y sombrillas

Tesoros del Museo Británico

Introducción

Cuando era niña, mi abuela materna acostumbraba a ir acompañada de un abanico decorado con escenas antiguas, de tiras negras y ribeteadas de encaje. Me gustaba cogerlo porque al airearlo olía a su intenso perfume, por no hablar de lo práctico que resultaba en las calurosas jornadas de verano y para ahuyentar moscas. Este elemento tan práctico es tan antiguo como la necesidad de usarlo y sus orígenes tan ancestrales que tenemos que remontarnos hasta el antiguo Egipto y China para poder ponerlos en contexto. 
 
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El abanico aparece en las tumbas de los faraones como un elemento no sólo decorativo sino de prestigio, principalmente para ser agitado por un sirviente y con un acabado distinto según su uso, si era ceremonial, el largo flabelo era más rígido y de metales nobles, si era para uso personal acostumbraba  acabar en un semicírculo de hermosas plumas de aves, por otro lado, en China se extiende el uso del abanico con la misma intencionalidad que en Egipto pero las cañas de bambú serán sus materiales y las plumas o los tejidos naturales su decoración, en el caso de los orientales el abanico es más una cuestión práctica  aunque con el devenir del tiempo el abanico se transformó en un lienzo para que artistas pudieran explotar su arte pictórico, siendo extremadamente valorados. Ambas civilizaciones utilizaron el abanico sin que fuera un elemento distintivo de uno u otro sexo, ya que en el caso de China algunos hombres llegaron a usarlo como arma, haciendo que la estructura fuera confeccionada con materiales duros y resistentes para asestar algunos golpes.
 
Bien, debido a las influencias orientales en Grecia, los helenos importaron el abanico teniendo en muchos casos una apariencia de hoja de palma, de la misma forma que en Oriente, los más largos fueron usados por esclavos para mantener un ambiente más fresco, posteriormente y para facilitar su manejo acortaron el tamaño de su vara confeccionando los abanicos de mano, ejemplo de ello es la figurilla de la primera imagen que corresponde a una mujer helena.
 
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Los romanos heredaron la tradición del uso del abanico presumiblemente por dos vías diferentes, se sabe que los etruscos gozaban de sus beneficios y el hecho que se hayan localizado sarcófagos con sus representaciones indican que era un elemento valorado no solo por su practicidad sino por su estética. De la misma forma los Flabelos etruscos adquirieron un gran nivel artístico localizándose en las tumbas de príncipes y personajes relevantes de sus sociedades. Por otro lado la influencia helénica de la sociedad romana facilitó que se extendiera socialmente y que fuera habitual que los patricios o acaudalados romanos dispusieran de fuentes refrescantes con esclavos abanicando mientras dormían sus extensas siestas y espantaban moscas para deleite y disfrute del dómine.
 
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Independientemente del uso del largo Flabelo, las dóminas romanas de nivel portaban con ellas maravillosos y ostentosos abanicos, llamados muscaria, que dejaban muy claro su estatus con solo ojear su estética. A las largas plumas de aves como pavos reales, se les añadía a su mango gemas, grabados o los confeccionaban con elementos o metales nobles, en ocasiones existía una delgada línea entre la ostentación y lo ridículo, pero al igual que en las sandalias, los hombres y mujeres en Roma estaban más preocupados por aquello que se aparenta frente a lo que es real.
 
Junto con el abanico hay otro elemento también importado de Oriente que facilitó sobremanera la forma en que los romanos, o en este caso las mujeres romanas, se protegían del sol, hablamos de las sombrillas de mano. En China fueron especialmente apreciadas y es más que notorio el gusto de sus líderes por mostrarse con este elemento tan a priori sencillo, de hecho es posible ver aun la tumba del primer emperador, Qin Shi Huang sobre un majestuoso carro de guerra protegido por una sombrilla. Con el trasiego comercial de la ruta de la seda, las sombrillas fueron apareciendo en Oriente medio hasta llegar a Egipto y Grecia. 
 
En el caso de los romanos, la sombrilla, llamada "umbraculum", era más un elemento de protección con el objetivo de evitar los nefastos efectos del sol mediterráneo sobre la pálida piel de las dóminas. Para las mujeres el bronceado no era un símbolo distintivo de belleza, la tez tostada por el sol era una característica de esclavos y plebeyos que trabajaban arduamente en el campo o en tareas menores, la blanquecina tez de las romanas era una muestra de estatus y era necesario preservarla, empleando cuando era necesario cosméticos extremadamente claros..
 
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Las sombrillas por tanto tuvieron un uso frecuente en espacios abiertos ya fuera para ir al mercado o para asistir a un espectáculo, preferiblemente era portada por un sirviente y su aspecto fue variando según las preferencias pero estaban principalmente fabricadas en diferentes tejidos coloridos o en papiro. En el perímetro se acostumbraban a colgar flecos o borlas decorativas que seguramente también servían para espantar a los molestos insectos o para preservar la identidad del usuario aumentando su largura y densidad. 
Según la calidad del tejido y del ribete exterior se evidenciaba el poder adquisitivo de su portador y al igual que en los abanicos, se hallan auténticas filigranas, exquisiteces o incluso gustos más que excéntricos.
 
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Con el tiempo las umbráculas no se quedaron únicamente como elemento veraniego, sino que los romanos vieron en ellas la oportunidad de guarecerse de la lluvia, para ello las sombrillas de papiro eran recubiertas con un tratamiento exterior de capas de aceite para hacerlas más impermeables y duraderas.
 
Como podéis comprobar, algo tan cotidiano y útil tiene miles de años de uso y de alguna forma ambos elementos siguen siendo un apunte de distinción en la apariencia de su propietario, me vienen a la cabeza los "lord o sirs británicos" o los increíbles mantones y abanicos bordados del Sur de nuestro país. Quizás no hemos cambiado tanto.
 
 
Mireia Gallego
Junio 2020
 
 
 

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